En madera de cedro policromada al óleo y con una altura en pie de 1,70 metros, el escultor Ricardo Flecha Barrio (Nacido en Zamora en 1958) entregó la imagen de Nuestra Señora la Virgen María sosteniendo a su hijo ya fallecido sobre su regazo en 1998 a nuestra Cofradía del Santo Cristo de la Bienaventuranza, tratándose de una interpretación de la obra de Juan de Ávalos y Taborda (1911-2006), la cual se encuentra en el Valle de los Caídos.
Nuestra Madre de la Piedad representa con la más hermosa austeridad el verdadero dolor que invade el alma, por la muerte de un hijo; todos los Jueves Santo tus 72 braceras, Madre, te llevan con orgullo, tesón y empatía por las calles, mostrando a todo penitente, todo visitante y a todo León, el sufrimiento imponderable que padeciste, y que se clavó en tu corazón como un puñal atravesado que tuviste que portar durante el largo trayecto que supone la vida.
El blanco monte de claveles que te acompaña el Jueves de toda Semana Grande sólo pretende centrar las miradas en ti, sobria y sencilla, al tiempo que hermosa y realista, querida Madre.
No puedo explicar lo que se siente cuando nos encontramos pujándote, y seguro que a todas las hermana nos sucede lo mismo. Es una mezcla quizás, entre el gran amor y orgullo que sentimos por ti y el hecho de concienciarnos del tremendo dolor que, como ya dije antes, se apoderó de tu alma al contemplar a tu hijo perecido entre tus brazos.
Lejos de saciar nuestro anhelo por llevarte sobre nosotras y mostrarte ante la Pulchra Leonina durante el resto del año, no puedo evitar visitarte en el templo (Iglesia de San Claudio), donde aguardas a que vayamos en tu búsqueda para elevarte al cielo una vez más a través de la Oración.
Termino recordando lo que en su día afirmaba acerca de una bienaventuranza más el franciscano San Buenaventura, que decía así: “Bienaventurados los devotos de la Santísima Virgen porque tendrán sus nombres escritos en el Libro de la Vida para la salvación eterna”.