El vicario episcopal de Relaciones Públicas inaugura el plan de formación cofrade «Sin perder el paso» 2018/2019 de la Cofradía del Santo Cristo de la Bienaventuranza
Antonio Trobajo, vicario episcopal de Relaciones Públicas de la diócesis de León, inauguraba en la tarde-noche del pasado 26 de noviembre el plan de formación cofrade «Sin perder el paso» 2018/2019 que organiza la cofradía del Santo Cristo de la Bienaventuranza, con una sesión titulada «Espíritu cofrade y otros espíritus».
Comenzó ‘situando’ lo que es un cofrade, referido al ‘mundo’ penitencial, de la Semana Santa: aquel cuya fe cristiana da sentido a toda su vida; una fe compartida con otros y con un estilo inspirado en el Misterio Pascual. «No se puede ser cofrade sin ser cristiano», sentenció, aunque esa fe tenga sus carencias y sus ‘enfriamientos’.
A continuación, centró su exposición en dos grandes bloques: por una parte, «el verdadero espíritu cofrade» y, por otro, «los espíritus tóxicos o imperfectos».
Empezó Trobajo por estos últimos, distinguiendo hasta seis tipos distintos a los que ingeniosamente ha puesto nombre: «Espíritu de la paloma equivocada» –inspirado en un poema de Rafael Alberti que cantó, entre otros, Joan Manuel Serrat–, que es no saber dónde, con quién ni para qué se está; «Espíritu de Peter Pan», siempre a la contra, sin querer ‘crecer’, sintiéndose molesto por toda norma o autoridad; «Espíritu de Fausto», cuando solo se trata de salirse con la suya (la ‘erótica del poder’), ‘vendiendo su alma al diablo’ si fuera necesario, y que está llamado a acabar frustrado; «Espíritu de Narciso», cuando todos los esfuerzos se encaminan a enaltecer al propio ‘yo’; «Espíritu de Maquiavelo», que trata de conseguir sus propósitos ‘caiga quien caiga’, siguiendo la máxima del ‘todo vale’; y «Espíritu de Prometeo», cuando uno se cree dueño de la historia y del futuro, en actitud prepotente y caciquil.
Frente a estos «espíritus tóxicos», Antonio Trobajo describió «el verdadero espíritu cofrade» como un ‘enamoramiento’ que ha de ir acompañado de una conciencia clara de ir contracorriente en la sociedad, formado, a modo de puzzle, por diferentes ‘piezas’; un ‘compositum’ que consta de diez elementos: la condición de creyente, con más o menos fervor y más o menos pecados; la esperanza, saber que Dios no te abandonará nunca, pase lo que pase; la fraternidad, el ser creyente junto a otros; la conciencia de ser Iglesia, de comunión eclesial, participando en la misa dominical; la humildad, el darlo todo sin esperar nada a cambio; el hacer de la fe y la pertenencia a la cofradía una actitud de servicio y disponibilidad; el convencimiento, la fortaleza, el equilibrio; la capacidad de entender el mundo de hoy, de leer la historia y huir del ‘siempre se ha hecho así’, de la rutina; el ser testigos de la fe en todos los ámbitos (familia, hogar, trabajo…); y la fidelidad a lo propio, pero sin cegueras ni fanatismos.
«Un buen cofrade de espíritu penitente, un buen papón, no es más que un cristiano cabal», concluyó Trobajo.