El cortejo parte a las nueve de la noche de la iglesia parroquial de San Claudio, su sede, tras la celebración del último de los tres oficios que se han venido celebrando en los días previos, como Triduo al Santo Cristo de la Bienaventuranza, su titular.
A lo largo del mismo, los hermanos de la Cofradía, acompañados por numerosos fieles, en su mayoría vecinos del barrio de San Claudio -que les acoge-, van rezando las catorce estaciones del Viacrucis en puntos señalados del itinerario, que se desarrolla a lo largo del ya mencionado barrio, asentado sobre el hoy desaparecido Monasterio de San Claudio. Se trata de un acto sencillo, sobrio y sobrecogedor: tras los faroles y la cruz de guía, que abren tradicionalmente las procesiones leonesas, siguen el guión o emblema de la Cofradía, la Cruz alzada y la Cruz de difuntos, de fuerte contenido simbólico, ya que en su centro una placa, que se coloca en la cruz tras su lectura previa al comienzo de cada procesión, recuerda a los hermanos difuntos.
La única imagen procesionada es el Santo Cristo de la Bienaventuranza, titular de la Cofradía, tipológicamente un crucificado, portado en posición horizontal, sin trono ni andas, sino directamente sobre el hombro de cinco hermanos, que se relevan por turnos, sin que la imagen descanse nunca en el suelo. Estos mismos hermanos se apoyan en su puja en horquetas, que antaño servían como soporte de los pasos en las paradas, y que hoy, con su sonido, acentúan aún ese citado carácter sobrecogedor.
El Santo Cristo de la Bienaventuranza es, asimismo, acompañado por la Banda de Cornetas y Tambores de la misma Cofradía, que en este caso no tocan marcha alguna: sus únicos toques, con corneta y tambor destemplado, a los que se une la carraca, son los previos y posteriores a cada estación; durante el resto del acto permanece en silencio. Igualmente, los hermanos libres de puja acompañan al titular con velas a lo largo del trayecto.
Finalmente se sitúan el párroco y capellán de la hermandad y los fieles, cerrando la tradicional representación de las otras cofradías y hermandades de la capital y el Hermano Abad. Uno de los momentos sin duda más destacados es la entrada del cortejo a la iglesia de San Claudio, a su regreso: en ella, el Santo Cristo de la Bienaventuranza es recibido alumbrado tan solo por antorchas encendidas.